domingo, 9 de noviembre de 2008

Réquiem de medianoche

Desde la azoteas del edificio Telefónica, Hadrián observaba el tráfico veloz a modo de luces que se movían trazado esquemas variados. Fijó los ojos sobre Teresa, q yacía inerte sobre sus brazos con signos de violencia reciente. Mi joven víctima, pensó, y desenredó con cuidado su pelo. La dispuso para el ritual que cada noche representaba. Casi era la hora.

Hadrían había nacido Bestia. Éste era precisamente el rol que venía desarrollando a modo de crímenes sin sentido y de manera secuencial desde que fue consciente de su condición ignominiosa. Era un animal cruel, despiadado, abandonado de cualquier atisbo de piedad. No era capaz de recordar cuántos habían precedido a Teresa. Y sin embargo la muerte de Teresa era diferente.

Metros más abajo la ciudad se desarrollaba despreocupada, inconsciente de la realidad cruel que los acechaba cada noche, si bien los periódicos hacían eco de manera insistente de la desaparición de persona, al tiempo que la autoridades no cesaban de aconsejar prudencia. Pero la realidad traducida en hechos sin piedad siempre resulta un fenómeno ajeno.

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